Dispersos resabios de sus pensamientos,
quedaron muy necios en papel, en blanco.
Despunto a las horas sin mayor cordura
entre varias comas, sin abreviaturas,
invento un lenguaje de azul y ternura,
logro empalagar la miel y su entorno,
dibujo metáforas poco atendibles
y perlas de emoción desde sus pupilas
borraban las huellas de su sintonía.
Aprendió que poco, muy poco sabía,
del arte supremo de cincelar la
rima.
Estrujo la hoja muy blanca y vacía,
y mudos testigos quedaron en ella,
escribió sus sueños, su algarabía,
afino el lápiz, así día tras día…
Y los sentimientos fueron testigos
de cuanto su alma plasmaba
en la blanca hoja, casi, aprendió la vida…
María del Carmen Menéndez García
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